Sabía demasiado

21/Ene/2015

El País, Por Hugo Burel

Sabía demasiado

La muerte en Buenos Aires
del fiscal Alberto Nisman, ampliamente comentada en estos días, parece salida
de una trama de ficción, de esas que mezclan la muerte misteriosa y decisiva de
un personaje enfrentado al poder, una denuncia que desnuda los turbios manejos
de ese poder y el trasfondo de una sociedad agobiada por la desconfianza y el
descreimiento. Si me apuran, podría formar parte de una novela del
norteamericano James Ellroy, específicamente de su soberbia Trilogía Americana,
que imbrica con gran oficio hechos reales con otros de ficción, que desnudan
las miserias de la política y la corrupción en su país. Lo terrible es que se
trata de la realidad.
La primacía de la
realidad frente a la ficción queda una vez más demostrada en este impactante
suceso que cobra la vida del fiscal la víspera de su reunión con representantes
del poder legislativo para aportar pruebas de su denuncia sin dar lugar a ser
recusado. Como todos saben esas denuncias, vinculadas al atentado contra la
AMIA ocurrido en 1994 en Buenos Aires, involucran directamente a la presidenta,
a su canciller y a otros funcionarios e incluyen más de 300 CDs de escuchas
telefónicas. Los gobiernos de Argentina e Irán están comprometidos en las
conclusiones a las que llegó Nisman, parte de las cuales pude escuchar dichas
por él en un reportaje de TN. Cada hecho que denunció resulta estremecedor y su
actitud y firmeza al hacerlo no eran las de un hombre atribulado que fuera a
suicidarse.
Lo primero que me vino a
la mente al enterarme de la muerte del fiscal es que Nisman murió porque sabía
demasiado. Y esa frase clásica de las novelas, que resume en su escueta
formulación una variable serie de motivos para morir, cobró esta vez un sentido
absoluto y verdadero.
La conexión entre
conocimiento y muerte del que sabía, se instaló rápidamente en la opinión
pública y el avasallamiento de lo jurídico ante los embates de la política
estableció una víctima subsidiaria a la muerte del fiscal: la credibilidad.
Desde este lunes todo ha quedado bajo sospecha en la Argentina porque hay un
cadáver que ha cada minuto que pasa deviene en mártir por la verdad.
Por las primeras
informaciones que trascendieron de la escena del crimen —y me arriesgo a
definirlo así— todo parece conducir —según la versión oficial— a un suicidio
ejemplar y prolijo, con puerta de servicio trancada por dentro con la llave
puesta y la principal imposible de abrir sin conocer su clave de acceso. Sin
embargo, sabemos que todo puede manipularse para que algo parezca lo que en
realidad no es. Y en el caso de que el fiscal Nisman efectivamente se haya
suicidado, ¿qué intolerable presión pudo sufrir para que, el día anterior a la
presentación de las pruebas de su denuncia, tomara una decisión tan radical sin
que una depresión severa lo impulsase? Se habla de un suicidio “inducido”, lo
cual no deja de ser un asesinato por todo lo que implica.
Analistas prestigiosos y
la gente movilizada en la calle han gritado que “este asunto apesta” y exigen
la verdad de lo que sucedió en el departamento del complejo Le Park, en Puerto
Madero. También piden que alguien con tantas agallas como el muerto, incorrupto
e incorruptible, desvele no solo la muerte de Nisman, sino que destape de una
buena vez la repugnante conjura del atentado a la AMIA. En realidad eso sería
lo más importante a resolver para ponerle punto final a una larga y tenebrosa
historia.